Me gustan los pájaros. Unen el mundo – dice Mi Mejor Mitad así, tal cual, de repente, sentado en la terraza del café que da al Manzanares a la altura de Principe Pío, en lo que antes se conocía como el río de Madrid y ahora todos llaman Madrid Río. Hay unos gorriones que van de silla en silla recogiendo migas y ahuecando las plumas porque es 1 de enero y hace frío.
– ¿Que hacen el qué?
Los veía allí y ahora los veo aquí –acaba de volver de pasar Navidad en el Polo Norte con su familia de osos polares.
– ¿Cómo se llaman?
Spatz, Spätze.
– Gorrión. Mi profe de filosofía se ponía a mirar por la ventana y decía “Estos pajaritos, que no tienen nombre…”
Daba a los presocráticos.
Y también decía “los ordenadores son una cosa increíble. Puedes escribir y luego borrar lo que escribes”.
Ostras, no tenía ni idea.
– ¿El señor Maceiras? Lo sabía todo.
– Anda, que cómo os estáis poniendo…- espeta a los gorriones la camarera del bar, una mujer menuda de unos sesenta años y pelo corto cubierto por un gorro de lana. Se están poniendo efectivamente finos. El suelo está lleno de cheetos de niños madrugadores.
De vuelta a casa, otros pájaros vuelan en bandadas sobre el río, formando casi figuras, formas cambiantes, como un presagio del nuevo año. No sabemos cómo se llaman, en ningún idioma. Quizás este sea el año de aprender nombres de pájaros. Eso es lo mejor de los comienzos. No sabemos qué va a pasar.
Photo by Miglė Vasiliauskaitė on Unsplash
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Sol García Prats
es doctora en literatura y educadora infantil.